Había una vez dos ángeles enviados del cielo a la tierra, cada uno con una canasta. Viajaron por todo el planeta: a hogares, iglesias, escuelas, estadios deportivos, ranchos, campos petroleros, y empresas. Luego regresaron al cielo con lo que habían recogido en sus canastas. La canasta de uno de los ángeles estaba pesada y rebosante. La canasta del otro ángel estaba muy liviana y casi vacía. El ángel de la carga liviana le preguntó al ángel de la carga grande: “¿Qué tienes en tu canasta?” Él respondió: “Me enviaron a recoger las oraciones de petición de todas las personas que decían: ‘Quiero esto’ y ‘Por favor, dame aquello’. Pero bueno, tu canasta parece bastante vacía. ¿Qué te enviaron a traer? El ángel con la carga más vacía respondió: “Fui enviado a recoger sus oraciones de acción de gracias”.
La gratitud es una de las mayores medicinas espirituales de todos los tiempos. Es un remedio para muchos problemas espirituales diferentes. Es uno de los antídotos más poderosos contra la lástima de sí mismo, la envidia, el resentimiento, y la soberbia. Nada frustra más al diablo que un ser humano agradecido a Dios.
Hay tres pasos básicos para la gratitud:
a. Primero, reconocemos que hemos recibido algo.
b. A continuación, decimos las palabras. Nos tomamos el tiempo para decir: “Gracias”.
c. Finalmente, hacemos nuestra parte, ya sea devolviendo el favor o pagándolo adelantado. Nos acercamos a los demás con acciones que expresan amor.
La gratitud no es sólo un sentimiento espontáneo que nos invade. La gratitud es una elección que hacemos y un acto de voluntad. Elegimos estar agradecidos. No nacemos agradecidos. Tenemos que aprenderlo. Por eso los padres tienen que enseñar a sus hijos, recordándoles constantemente que digan “gracias”.
No basta con expresar gratitud solo en el Día de Acción de Gracias en noviembre. Es algo que debería suceder durante todo el año. El arte de la gratitud es un buen hábito que debemos practicar para que se convierta en virtud. Una virtud es una parte estable de nuestro carácter, una parte duradera de quiénes somos, una disposición continua de nuestra vida.
¿Cómo podemos crecer en nuestra actitud de gratitud? A continuación, se muestran algunos ejemplos de actos de gratitud. Cuanto más practiquemos estos hábitos de agradecimiento, más se arraigará en nosotros la virtud de la gratitud:
1. Cuando te levantes por la mañana, agradece a Dios por un día más de vida. Luego, al final de cada día, repasa el día, y dale las gracias a Dios por los regalos recibidos ese día.
2. Reconoce los regalos espléndidos de Dios, regocíjate en los dones de los demás, y reconoce humildemente tus propios dones personales.
3. Agradece a tus padres. A pesar de las imperfecciones que pudieran tener, a través de ellos Dios te dio el precioso regalo de la vida.
4. Agradece la comida que comes. Gracias a Dios que no pasas hambre.
5. Cada vez que bebas un simple vaso de agua, te bañas, o te laves las manos, agradece a Dios por el regalo del agua limpia y saludable. A veces nos quejamos de la calidad de nuestra agua aquí en el oeste de Texas, pero la mayoría de la gente en el mundo no tiene acceso a un suministro de agua limpia y saludable.
6. Cuando estés participando en algún juego o competencia y no ganes, dale gracias a Dios por la oportunidad de crecer en humildad.
7. Cuando un policía lo para y recibe una multa de tráfico, agradezca al oficial por tomar riesgos todos los días para mantener nuestra sociedad segura y protegida.
8. Cuando estés en Misa o en un avión y escuches a un bebé llorar, agradece que sus padres aceptaron el precioso regalo de una nueva vida. Los niños son nuestro futuro.
9. Practique el hábito cortés de escribir notas de agradecimiento a los demás.
10. Cuando te enfrentes a tu propia debilidad, límites, y falta de capacidad personal, ora en acción de gracias a Dios con la idea expresada por San Pablo en 2 Corintios 12:5-10: “Cuando me siento débil, me cubre la fuerza de Cristo.”
11. Dale gracias a Dios por los peñascos que debes superar en el camino de tu vida, porque te hacen más fuerte. Santiago dice: “Hermanos, estimen como la mayor felicidad el tener que soportar diversas pruebas. Ya saben que, al ser probada nuestra fe, aprendemos a ser constantes” (Santiago 1:2-4).
12. En aquellas ocasiones en las que sufras sin merecerlo, o pases por cualquier tipo de dificultad, agradece el privilegio de compartir las aflicciones de Nuestro Señor Jesús. La cruz que llevas te acerca a él. Cuando unes tus sufrimientos a los de él, participas de manera pequeña y humilde en su sacrificio redentor. San Pablo dice: “Ahora me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes, pues así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1:24).
Estos son sólo algunos ejemplos de las muchas maneras en que podemos expresar acción de gracias. Al practicar intencionalmente pasos como estos, la actitud de gratitud llegará a ser un aspecto duradero de nuestro carácter personal. San Pablo escribe: “Y den gracias a Dios en toda ocasión; ésta es, por voluntad de Dios, su vocación de cristianos” (1 Tes 5:18). El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: “Todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias” (núm. 2638).
El Papa Francisco enseña repetidamente sobre la importancia de dar gracias. Dice: “La gratitud, la capacidad de dar gracias, nos hace apreciar la presencia en nuestra vida del Dios que es amor y reconocer la importancia de los demás, superando la insatisfacción y la indiferencia que desfiguran nuestro corazón. Es fundamental saber decir ‘gracias’. Por favor, no olvidemos esta palabra clave” (Papa Francisco, Homilía, 9 de octubre de 2022).
La mayor oración de gratitud en el mundo es la Misa. En la primera Misa, cuando Jesús celebraba la Última Cena con sus apóstoles, “dio gracias” con el pan y el vino (Lc 22:7-20). En ese texto bíblico, el verbo griego para dar gracias es eucharistein. De ahí proviene la palabra “Eucaristía”. Literalmente significa “acción de gracias”. La Misa es una gran oración de gratitud. Individual y colectivamente damos alabanzas y gracias a Dios Padre por su acción salvadora a través de Jesucristo.
Aquí me gustaría señalar algunos momentos clave de la Misa en los que expresamos gracias a Dios. Después de la proclamación de las lecturas de las Escrituras, respondemos: “Te alabamos, Señor”. Al comienzo de la Plegaria Eucarística, en el Diálogo del Prefacio, decimos: “Demos gracias al Señor, nuestro Dios. Es justo y necesario”. Después de recibir la Comunión, nos arrodillamos y damos gracias a Dios por lo que hemos recibido. Al final de la Misa decimos: “Demos gracias a Dios”. No estamos agradeciendo que la Misa haya terminado, sino más bien dando gracias por lo que Dios ha hecho por nosotros. Después del canto fina, y antes de salir de la iglesia, es una buena práctica arrodillarnos para una pequeña oración personal de acción de gracias.
En este tiempo de Avivamiento Eucarístico en la Iglesia Católica en los Estados Unidos, buscamos vivir más plenamente como pueblo eucarístico. Literalmente, esto incluye vivir la virtud de la gratitud como un hábito continuo de nuestro corazón. San Pablo expresa esto bellamente en Colosenses 3:15-17: “Sean agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en ustedes con todas sus riquezas, … con el corazon agradecido, canten a Dios salmos, himnos y alabanzas espontáneas. Y todo lo que puedan decir o hacer, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.”