Uno de los temas sociales más controvertidos de nuestros días es la cuestión de la inmigración. Según las Naciones Unidas, en la actualidad hay más de 66 millones de personas desplazadas en el mundo.
La Iglesia Católica en los Estados Unidos observa la Semana Nacional de Migración del 8-14 de enero de 2017, y el Día Mundial de los Inmigrantes y Refugiados es el 17 de enero. Esta es una oportunidad para reflexionar sobre las circunstancias que enfrentan los inmigrantes, los refugiados, los niños y las víctimas del tráfico de humanos. También es una oportunidad para examinar nuestras propias actitudes hacia los inmigrantes y para apreciar los muchos beneficios que aportan los migrantes a nuestras comunidades.
El tema de la Semana Nacional de la Migración de este año es “Creando una Cultura de Encuentro,” el cual nos recuerda la enseñanza del Papa Francisco que “la fe es un encuentro con Jesús, y tenemos que hacer lo que hace Jesús: encontrarse con otros.” En lugar de aislarnos de otros, los Cristianos somos llamados a reconocerlos como hijos de Dios dignos de nuestra atención y respeto.
No hay nadie en nuestro país que no desciende de personas que en algún momento emigraron aquí de otro continente. Incluso aquellos cuyas familias han estado en este país por más de diez generaciones, todos tienen raíces inmigrantes. De hecho, incluso las tribus de Nativos Americanos son descendientes de inmigrantes. Los pueblos pre-colombianos indígenas de las Américas emigraron de Asia a través de Siberia y Alaska hace miles de años.
Los Estados Unidos de América es un país mejor, debido a las contribuciones de los inmigrantes. La mayoría de nosotros podemos traer a la mente muchas personas que conocemos que son inmigrantes o hijos de inmigrantes. Estos son algunos de nuestros vecinos, compañeros de trabajo, compañeros de clase, compañeros feligreses, familiares, y amigos. Incluyen nuestros médicos, enfermeras, profesores, trabajadores de la construcción, trabajadores del rancho, celebridades y héroes deportivos.
Algunas de las personas más influyentes en los Estados Unidos han sido inmigrantes, incluyendo a Alexander Hamilton, Andrew Carnegie, Albert Einstein, Madeleine Albright, Arnold Schwarzenegger, Rupert Murdoch, Hakeem Olajuwon, Manu Ginóbili, Salma Hayek, Jennifer López, el Arzobispo José Gómez, y el arzobispo Gustavo García Siller. Más del 40% de las mayores empresas de los Estados Unidos fueron fundadas ya sea por inmigrantes o por los hijos de los inmigrantes. Es justo decir que este país fue construido por inmigrantes.
La Iglesia Católica ha dado la bienvenida a los inmigrantes a los Estados Unidos desde la fundación de la nación. Nuestra Iglesia ha sido vitalmente importante en ayudar a los recién llegados a integrarse en la cultura Americana. La Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos tiene la agencia privada más grande de reasentamiento de refugiados en los Estados Unidos. Nuestros servicios de migración y refugiados han contribuido al establecimiento de más de un millón de refugiados en los Estados Unidos desde 1975.
Nuestra perspectiva Católica sobre los migrantes y refugiados tiene sus raíces en la Escritura y en nuestra Teología. La Biblia habla repetidamente de la experiencia de la migración. Abraham y Sara fueron inspirados por Dios de mudarse de Ur de los Caldeos (actualmente Irak) y asentarse en la tierra de Canaán (Israel moderno). Moisés condujo al pueblo de Israel fuera de Egipto a la Tierra Santa. Jesús, María y José fueron temporalmente refugiados en el país extranjero de Egipto con el fin de escapar la violencia del Rey Herodes.
El Papa Francisco indica que “el fenómeno de la migración no es ajena a la historia de salvación, sino más bien una parte de esa historia. Uno de los mandamientos de Dios está conectado a la misma: “ ‘No maltratarás a un extraño o oprimirlo, porque ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto.’ (Ex 22:21); ‘Ama al extranjero, por lo tanto; porque ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto.’ (Dt 10:19)" (Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado, 2017)
Jesús nos enseña en el Evangelio que, al dar la bienvenida al extraño, en realidad estamos dando la bienvenida a Cristo mismo, quien dirá en el Juicio Final, “era forastero y me acogiste.” (Mateo 25:35) A veces Cristo nos visita en el disfraz de los inmigrantes necesitados. Al final, seremos juzgados de acuerdo a la forma en que hemos respondido a él.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que los seres humanos tienen un derecho natural humano a emigrar, y que el inmigrante debe de “respetar con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas.” (CIC, 2241)
En un discurso que se dio en el Vaticano el 24 de mayo de 2013, dijo el Papa Francisco, “La Iglesia es madre, y su atención materna se manifiesta con particular ternura y cercanía a quien está obligado a escapar de su país y vive entre el desarraigo y la integración. Esta tensión destruye a las personas. La compasión Cristiana — este ‘sufrir con’ compasión— se expresa ante todo mediante el compromiso de conocer los hechos que impulsan a dejar forzadamente la patria, y, donde es necesario, haciéndose intérprete de quien no logra hacer oír el grito de dolor y opresión. Todos estos elementos deshumanizan y deben impulsar a cada Cristiano y a toda la comunidad hacia una atención concreta.”
Es una triste realidad que, en la era actual de terrorismo global, todas las naciones deben ejercer una vigilancia en la protección de su soberanía y seguridad. Cada país tiene el derecho y la responsabilidad de mantener la integridad de sus fronteras y el estado de derecho. Los que entran en un país, buscan asentamiento de refugiados, o solicitan estado de inmigración, deben ser examinados cuidadosamente con el fin de proteger el bien común. Los gobiernos deben utilizar los mejores sistemas de inteligencia y verificación de antecedentes disponibles. Sin embargo, la ejecución de leyes no es la única solución. Nuestra Iglesia no está a favor de una política de inmigración que consiste de “ejecución de leyes solamente.”
Los obispos Católicos de los Estados Unidos han apoyado por mucho tiempo la reforma migratoria integral y humana. Esta no es una política de “fronteras abiertas”, sino más bien una que incluya componentes tales como los siguientes:
Una oportunidad para la transición hacia el estado legal para aquellos quienes están viviendo ilegalmente en los Estados Unidos, requerir la superación de la verificación de antecedentes, pagar una multa, establecer la elegibilidad para el estado de residente, y demostrar buen carácter moral
La centralidad de la reunificación familiar, aumentar el número de visas familiares disponibles y reducir los tiempos de espera de reunificación familiar
Un programa de trabajadores temporales que responda a las necesidades de la economía
El respeto de los derechos humanos y el debido proceso para los inmigrantes
Apoyamos una aplicación de las leyes de inmigración que se centra ante todo en actividades peligrosas y criminales, dirigida principalmente a la droga y los traficantes de humanos, contrabandistas, y quienes podrían ser terroristas. Esta ejecución debería evitar la discriminación racial o étnica. Los inmigrantes no autorizados no deben ser detenidos durante largos períodos de tiempo sin representación legal.
La economía de los Estados Unidos depende mucho del labor del inmigrante, pero en el sistema actual el número de visas disponibles para los trabajadores no es suficiente para satisfacer la demanda del país para los trabajadores extranjeros. Por ejemplo, cuando el estado de Georgia promulgó recientemente una ley de inmigración más dura, esta dio lugar a una escasez de trabajadores necesarios, y los cultivos se dejaron a pudrir en los campos. Esto provocó a una pérdida estimada de aproximadamente $140 millones en pérdidas en la agricultura en ese estado. Tendría más sentido que los gobiernos otorguen suficientes visas de trabajo para los trabajadores que se necesitan.
Creemos que las naciones deben trabajar juntos para hacer frente a las causas fundamentales que conducen a la migración. Los países que están perdiendo sus ciudadanos a la emigración necesitan que hacer frente a las injusticias y la violencia que causan a su gente desesperación y el querer huir, para que las personas puedan tener la oportunidad de prosperar en su propia tierra y apoyar a sus familias con dignidad y paz.
Pertenecemos a una misma Iglesia, no importa de dónde somos. Nuestra identidad Católica no se basa en un pasaporte, pero en nuestra fe en Jesucristo. Por lo tanto, la Iglesia en los Estados Unidos seguirá tratando de proporcionar cuidado pastoral y asistencia caritativa a los nuevos inmigrantes. Invitamos a los inmigrantes para que participen activamente, compartan sus dones personales, y reciban los sacramentos regularmente en nuestras parroquias locales.
En tres ciudades en la Diócesis de San Ángelo, agencias Católicas ofrecen ayuda en el procesamiento de papeleo de inmigración.
Nelly Díaz es la supervisora de Servicios de Inmigración de Abilene y Servicios de Inmigración de San Ángelo al 325- 212-6192.
Ann Marie García es la persona de contacto en Caridades Católicas de Odessa al 432-332-1387.
Para obtener más información acerca de la posición de los obispos de Estados Unidos con respecto a inmigración, por favor vaya a
www.usccb.org y busque “immigration”.