La pandemia del coronavirus está afectando nuestras vidas a todos los niveles, en el hogar y en la escuela, en el trabajo y en el juego. Afecta nuestras relaciones, nuestra espiritualidad y nuestras finanzas. Ha provocado sufrimiento físico, angustia emocional, y muerte.
La imprevisibilidad del virus puede resultar estresante. ¿Cuánto tiempo durará esto? Después de recuperarse del COVID-19, ¿existe una inmunidad duradera o es posible volver a infectarse? ¿Cuándo estará disponible una vacuna? ¿Qué tan cuidadoso debo ser? ¿Quién será el próximo infectado? ¿Perderé a mis seres queridos? ¿Qué pasa si contraigo el virus?
Muchos de nosotros ya conocemos personalmente a alguien que murió de COVID-19. Queridos miembros de nuestras familias y nuestras comunidades parroquiales han fallecido. Su pérdida ha causado dolor y luto. Aquellos de nosotros que sobrevivimos debemos enfrentar nuestra propia vulnerabilidad y mortalidad.
Esto presenta una gran oportunidad para reflexionar sobre nuestra preparación personal para el final de la vida. El Salmo 90:12 dice: “Enséñanos lo que valen nuestros días, para que adquiramos un corazón sensato.” Cuando nos encontramos en una situación de afrontar el hecho de la brevedad de la vida, puede ayudarnos a poner en orden nuestras prioridades.
Yo tenía un amigo que decía que era ateo. Me dijo: “No creo en Dios, pero tal vez cuando llegue a ser un anciano, empiece a creer en él.” Mientras su enfoque puede parecer astuto, ninguno de nosotros sabe cuántos días nos quedan en esta tierra. Nuestra religión nos inspira a vivir ahora con fe, esperanza y amor, y a preparar nuestras almas para la próxima vida. Cristo nos llama a elegirlo y seguirlo ahora. Él dice: “Renuncien a su mal camino, porque el reino de los cielos está ahora cerca” (Mateo 4:17). San Pablo dice: “Este es el día de la salvación” (2 Corintios 6:2).
Según nuestra fe cristiana, para aquellos que mueren en la gracia de Cristo, la muerte no es una tragedia, sino una experiencia positiva y santa. Es una participación en la muerte de Jesucristo, para que también podamos participar de su resurrección (vea Romanos 6:3-9 y Filipenses 3:10-11). San Pablo dice: “Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia… Tengo un gran deseo de romper las amarras y estar con Cristo, lo que sería sin duda mucho mejor” (Filipenses 1:21-23). Al final de su vida, Santa Teresa de Lisieux expresó una perspectiva similar: “No estoy muriendo; estoy entrando en la vida” (
Las últimas conversaciones).
Como cristianos, creemos que todo ser humano será juzgado por Dios al morir. El
Catecismo de la Iglesia Católica dice que “la muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo” (
CIC, no. 1021). Nunca es demasiado temprano para decirle sí a Jesucristo y seguir el camino correcto.
Nuestra Iglesia nos llama a recordar nuestra mortalidad, y a prepararnos para la hora de nuestra muerte. Tenemos solo un tiempo limitado en esta vida y solo tenemos una vida para vivir. No hay “reencarnación” después de la muerte (
CIC, no. 1013). La forma en que vivimos en esta vida tiene un impacto en nuestra vida eterna. San Francisco de Asís dice: “Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar. Ay de aquellos que mueran en pecado mortal. Bienaventurados a los que encontrará en tu santísima voluntad porque la muerte segunda no les hará mal” (
Cántico de las Criaturas).
Tomás à Kempis dice: “Así deberías conducirte en todas tus actividades y pensamientos como si hoy mismo te fueras a morir. Si hubiera tranquilidad en tu conciencia no tendrías mucho temor a la muerte…Mejor sería evitar los pecados que pretender huir de la muerte. Si hoy no te encuentras preparado, ¿de qué modo lo estarás mañana?” (
La Imitación de Cristo, 1, 23, 1).
Dios nos ha dado lo que necesitamos para prepararnos espiritualmente para la muerte. Nos ha mostrado la forma correcta de vivir al obedecer sus mandamientos. Ha inculcado en cada corazón humano el don de la conciencia moral, para ayudarnos a evitar el pecado y aplicar su ley en circunstancias particulares. Nos ha enviado a su Hijo Jesucristo para mostrarnos el camino a la vida eterna. Nos da sabiduría y guía a través de las Escrituras y las enseñanzas de la iglesia. Nos ofrece los sacramentos para el bien espiritual de nuestras almas.
Aquí hay algunas cosas que todos podemos hacer para prepararnos para una muerte feliz: Amar a Dios. Amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Reconciliarnos con Dios apartándonos de nuestros pecados. Reconciliarnos con los demás ofreciendo perdón y buscando el perdón. Cumplir con nuestros deberes básicos en la vida. Orar. Preguntarle a Dios qué quiere que hagamos. Realizar las obras de misericordia corporales y espirituales. Vivir las bienaventuranzas. Ofrecer nuestros sufrimientos en unión con el sacrificio de Cristo en la Cruz en expiación por nuestros pecados y los del mundo entero. Recibir los sacramentos con frecuencia—especialmente la confesión y la Comunión.
A pesar de las limitaciones de la pandemia actual, nuestros sacerdotes están disponibles en nuestras iglesias para escuchar confesiones y absolver pecados. Recomiendo a nuestros feligreses que se comuniquen con su parroquia local, averigüen los horarios en que está disponible la confesión, y se preparen personalmente para hacer una buena confesión. (Como nota aparte, mientras yo escribía este artículo, sentado en el Aeropuerto de DFW, solo unos pocos minutos después de escribir este párrafo, un completo extraño se me acercó y me preguntó si podía escuchar su confesión. El momento perfecto).
Además de estar preparado espiritualmente para la realidad de la muerte, también es prudente estar preparado prácticamente. Esto incluye crear o actualizar nuestro testamento y otros documentos personales importantes. Cuando tenemos un testamento, podemos hacer que las decisiones sean mucho más fáciles para nuestra familia y seres queridos. Nuestra elección de beneficiarios es una expresión de nuestros valores. Independientemente de si tenemos o no recursos financieros para pasar, todos podemos escribir los principios, las percepciones, los valores morales, las creencias y las devociones que hemos considerado importantes en nuestra vida y que queremos transmitir a nuestra familia y a los demás.
Nuestra preparación práctica también incluye escribir nuestras preferencias para los servicios funerarios y hacer planes para nuestro entierro. Es muy útil escribir nuestros deseos y hablar de ellos con alguien a quien amamos. Estos podrían incluir, entre otras cosas, nuestras preferencias con respecto al lugar del funeral, el lugar del entierro, la música que se utilizará en los servicios funerarios, los nombres y la información de contacto de los posibles portadores del féretro y lectores, y selecciones de Escrituras del Ritual de exequias cristianas.
En nuestro sitio web, la Diócesis de San Ángelo proporciona un formulario de muestra para la designación de un agente con poder legal en asuntos médicos (
https://sanangelodiocese.org/end-of-life-preparation). Esta es una forma de designar a alguien para que tome decisiones médicas en nuestro nombre si no podemos hacerlo.
El sitio web del Centro Nacional Católico de Bioética ofrece una
Guía católica para cuidados paliativos y hospicio, así como una
Guía católica para las decisiones al final-de-la-vida (
https://www.ncbcenter.org/store). Estos son recursos muy útiles.
Como personas de fe, debemos abordar la pandemia actual con seriedad y prudencia, pero no con pánico o alarma. Tomamos medidas razonables para proteger la salud y el bienestar de nosotros mismos y de los demás, y utilizamos nuestra creatividad para aprovechar al máximo esta difícil situación. Permitimos que el Espíritu Santo nos inspire a una mayor santidad a través de todo. Permitimos que Jesucristo nos acompañe en estos tiempos difíciles. Reflexionamos sobre nuestra propia vulnerabilidad y mortalidad. Hacemos tiempo para realizar actividades que traen alegría. Atendemos las necesidades de los demás. Usamos los medios disponibles para ayudar a establecer conexiones con nuestros seres queridos. Dejamos que la gente sepa que nos preocupamos por ellos. Damos gracias a Dios por cada nuevo día de vida. Nos arrepentimos de nuestros pecados y confiamos en la amorosa misericordia de Dios. Vivimos plenamente en el presente con la mirada puesta en la eternidad.