Obispo Michael J. Sis
Uno de los temas sociales más controvertidos de nuestros días es la cuestión de la inmigración. Según las Naciones Unidas, en la actualidad hay más de 66 millones de personas desplazadas en el mundo.
Debemos examinar nuestras propias actitudes hacia los inmigrantes y apreciar los muchos beneficios que aportan los migrantes a nuestras comunidades.
No hay nadie en nuestro país que no desciende de personas que en algún momento emigraron aquí de otro continente. Incluso aquellos cuyas familias han estado en este país por más de diez generaciones, todos tienen raíces inmigrantes. De hecho, incluso las tribus de Nativos Americanos son descendientes de inmigrantes. Los pueblos pre-colombianos indígenas de las Américas emigraron de Asia a través de Siberia y Alaska hace miles de años.
Los Estados Unidos de América es un país mejor, debido a las contribuciones de los inmigrantes. La mayoría de nosotros podemos traer a la mente muchas personas que conocemos que son inmigrantes o hijos de inmigrantes. Estos son algunos de nuestros vecinos, compañeros de trabajo, compañeros de clase, compañeros feligreses, familiares, y amigos. Incluyen nuestros médicos, enfermeras, profesores, trabajadores de la construcción, trabajadores del rancho, celebridades y héroes deportivos.
Algunas de las personas más influyentes en los Estados Unidos han sido inmigrantes, incluyendo a Alexander Hamilton, Andrew Carnegie, Albert Einstein, Madeleine Albright, Arnold Schwarzenegger, Rupert Murdoch, Hakeem Olajuwon, Manu Ginóbili, Salma Hayek, Jennifer López, el Arzobispo José Gómez, y el arzobispo Gustavo García Siller. Más del 40% de las mayores empresas de los Estados Unidos fueron fundadas ya sea por inmigrantes o por los hijos de los inmigrantes. Es justo decir que este país fue construido por inmigrantes.
La Iglesia Católica ha dado la bienvenida a los inmigrantes a los Estados Unidos desde la fundación de la nación. Nuestra Iglesia ha sido vitalmente importante en ayudar a los recién llegados a integrarse en la cultura Americana. La Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos tiene la agencia privada más grande de reasentamiento de refugiados en los Estados Unidos. Nuestros servicios de migración y refugiados han contribuido al establecimiento de más de un millón de refugiados en los Estados Unidos desde 1975.
Nuestra perspectiva Católica sobre los migrantes y refugiados tiene sus raíces en la Escritura y en nuestra Teología. La Biblia habla repetidamente de la experiencia de la migración. Abraham y Sara fueron inspirados por Dios de mudarse de Ur de los Caldeos (actualmente Irak) y asentarse en la tierra de Canaán (Israel moderno). Moisés condujo al pueblo de Israel fuera de Egipto a la Tierra Santa. Jesús, María y José fueron temporalmente refugiados en el país extranjero de Egipto con el fin de escapar la violencia del Rey Herodes.
El Papa Francisco indica que “el fenómeno de la migración no es ajena a la historia de salvación, sino más bien una parte de esa historia. Uno de los mandamientos de Dios está conectado a la misma: “ ‘No maltratarás a un extraño o oprimirlo, porque ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto.’ (Ex 22:21); ‘Ama al extranjero, por lo tanto; porque ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto.’ (Dt 10:19)" (Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado, 2017)
Jesús nos enseña en el Evangelio que, al dar la bienvenida al extraño, en realidad estamos dando la bienvenida a Cristo mismo, quien dirá en el Juicio Final, “era forastero y me acogiste.” (Mateo 25:35) A veces Cristo nos visita en el disfraz de los inmigrantes necesitados. Al final, seremos juzgados de acuerdo a la forma en que hemos respondido a él.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que los seres humanos tienen un derecho natural humano a emigrar, y que el inmigrante debe de “respetar con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas.” (CIC, 2241)
En un discurso que se dio en el Vaticano el 24 de mayo de 2013, dijo el Papa Francisco, “La Iglesia es madre, y su atención materna se manifiesta con particular ternura y cercanía a quien está obligado a escapar de su país y vive entre el desarraigo y la integración. Esta tensión destruye a las personas. La compasión Cristiana — este ‘sufrir con’ compasión— se expresa ante todo mediante el compromiso de conocer los hechos que impulsan a dejar forzadamente la patria, y, donde es necesario, haciéndose intérprete de quien no logra hacer oír el grito de dolor y opresión. Todos estos elementos deshumanizan y deben impulsar a cada Cristiano y a toda la comunidad hacia una atención concreta.”
Es una triste realidad que, en la era actual de terrorismo global, todas las naciones deben ejercer una vigilancia en la protección de su soberanía y seguridad. Cada país tiene el derecho y la responsabilidad de mantener la integridad de sus fronteras y el estado de derecho. Los que entran en un país, buscan asentamiento de refugiados, o solicitan estado de inmigración, deben ser examinados cuidadosamente con el fin de proteger el bien común. Los gobiernos deben utilizar los mejores sistemas de inteligencia y verificación de antecedentes disponibles. Sin embargo, la ejecución de leyes no es la única solución. Nuestra Iglesia no está a favor de una política de inmigración que consiste de “ejecución de leyes solamente.”
Los obispos Católicos de los Estados Unidos han apoyado por mucho tiempo la reforma migratoria integral y humana. Esta no es una política de “fronteras abiertas”, sino más bien una que incluya componentes tales como los siguientes: