Cuando oímos la palabra “vocación” en el lenguaje de la Iglesia, a menudo pensamos en los sacerdotes, diáconos y hermanas. Sin embargo, la vocación es cualquier llamada de Dios para utilizar nuestros propios talentos personales en la forma que mejor sirve a la construcción del Reino de Dios. Esto podría incluir cualquier variedad de cosas, tales como el matrimonio, la paternidad, la enseñanza, los servicios públicos, la industria de la alimentación, la medicina, los negocios y la agricultura.
El Papa Francisco dio un discurso a un grupo de agricultores el 31 de enero de 2015, en el Vaticano. Habló de la vocación de los que trabajan en la agricultura. He aquí un pasaje clave de su discurso:
“Verdaderamente no hay humanidad sin el cultivo de la tierra; no hay una buena vida sin la comida que se produce para los hombres y mujeres de todos los continentes. El trabajo de los que cultivan la tierra, que generosamente dedican tiempo y energía a la misma, aparece como una verdadera vocación. Merece ser reconocida y apropiadamente preciado.”
La agricultura es una de las profesiones más antiguas y nobles en el mundo. Es una vocación de Dios. Aquí en la Diócesis de San Angelo, celebramos el hecho de que muchos de nuestros hombres y mujeres Católicos han recibido esta honorable llamada.
Por supuesto, el mero hecho de estar envuelto en la agricultura no quiere decir que uno sea automáticamente un santo. Sin embargo, cuando se aborda adecuadamente, la vida rural construye carácter y es un camino hacia la santidad. He observado durante muchos años como la vida rural naturalmente se basa en la dinámica de la vida familiar, la responsabilidad, la ayuda al prójimo, y un ritmo saludable de trabajo, el descanso y la oración.
Nosotros en el Oeste de Texas sabemos muy bien que la agricultura incluye bastante sangre, sudor, y lágrimas. El trabajo es duro. A veces no hay suficiente lluvia o aguas subterráneas para hacer un cultivo. La gran escala de la agricultura moderna requiere normalmente un montón de crédito e implica un riesgo significativo. El precio del combustible y la alimentación puede dificultar seriamente la rentabilidad. Los eventos naturales tales como incendios, tormentas de granizo, y la enfermedad pueden causar estrago en una operación. Debido a que muchas cosas podrían salir mal, los agricultores y ganaderos se dan cuenta de lo mucho que dependemos en Dios para sobrevivir.
Creo que hay una afinidad natural para la espiritualidad en los corazones de los que trabajan la tierra. La vida rural alimenta de forma natural un sentido de de oración. Por ejemplo, la expansividad de los espacios abiertos nos lleva a reflexionar sobre Dios. Mirando las estrellas en la noche, o la belleza de nuestros paisajes del Oeste de Texas, nos inspira a pensar en la inmensidad de Dios el Creador.
Los que trabajan para producir alimentos y fibras tienen el privilegio de colaborar en el trabajo contínuo de Dios en la creación. La cría de animales y el cultivo de la tierra es una respuesta directa a la llamada de Dios a ejercer una corresponsabilidad fiel. Aporta una gran sensación de satisfacción saber que uno está ayudando a alimentar y vestir el mundo. Por medio del trabajo humano, Dios toma la materia prima de este mundo y sostiene la vida.
La tranquilidad y la soledad que se experimentan durante el día de un trabajador agrícola ofrecen una oportunidad de ponerse en contacto con Dios y con uno mismo. Nos permite pensar profundamente en las cosas y enfrentar la verdad sobre nuestras relaciones.
Jesús mismo vino de una pequeña ciudad, al igual que la mayor parte de sus Apóstoles. Él apreció la tranquilidad de los espacios abiertos. Por ejemplo, durante sus tres años de ministerio público, tenía la práctica de alejarse de las multitudes y de salir al campo para tomar tiempo para orar en silencio. En el Evangelio de Marcos, el versículo 1:35 describe esta dinámica en la vida de Jesús: “Muy de madrugada, antes del amanecer, salió y se fue a un lugar solitario, donde oraba.” Muchos en el Oeste de Texas hacen lo mismo todos los días. El mundo de la agricultura está estrechamente ligado a nuestros sacramentos Católicos. Los dos consumibles que Jesucristo utiliza para la Eucaristía son productos agrícolas naturales - pan de trigo y vino de uva, sin aditivos. En la Misa Crismal en nuestra Catedral cada año, los tres aceites que bendigo provienen de aceitunas, girasoles, y semilla de algodón. Los manteles del altar que utilizamos en Misa se hacen generalmente de fibras naturales.
Ya sea que estemos envueltos en la agricultura o en cualquier otra carrera, si vamos a vivir nuestra vocación como un camino a la santidad, todos tenemos que encontrar una manera de integrar nuestro trabajo diario con nuestra vida de oración. Para sentar una base sólida para una espiritualidad vibrante de trabajo, quisiera recomendar dos libros clásicos de la espiritualidad Católica.
El primer libro se llama
La Práctica de la Presencia de Dios (The Practice of the Presence of God). Fue escrito a mediados de los 1600 por el Hermano Lorenzo de la Resurrección. Él fue un monje que trabajaba en una cocina del monasterio, y su libro enseña una manera de descubrir la presencia de Dios en medio de las tareas más básicas y prácticas del trabajo diario.
El otro libro es de Jean Pierre de Caussade. Escrito a principios de los 1700, su título original era
El Abandono en la Divina Providencia (Abandonment to Divine Providence). El título de este libro en Inglés moderno es
The Sacrament of the Present Moment (Sacramento del Momento Presente). El autor enseña un método simple de la oración que eleva nuestro corazón a Dios durante todo el día, abriendo los ojos a las muchas maneras en que Dios está presente para nosotros, como si fueran pequeños sacramentos.
Mediante la adaptación de las ideas de estos autores Católicos a las circunstancias de nuestras vidas activas hoy en día, podemos desarrollar una atención más sensible a la presencia de Dios en las experiencias normales de nuestro trabajo diario. Por lo tanto, cuando oímos el sonido del sinsonte, o vemos el nacimiento de un becerrito, u olemos el hermoso olor de paja recién cortada, o admiramos el colorido artístico de una puesta de sol del Oeste de Tejas, podemos abrazar esos momentos como pequeños sacramentos de Dios.
El mismo Jesús que está sacramentalmente presente para nosotros en la Eucaristía quiere ser nuestro compañero diario, incluso durante la parte de trabajo de nuestros días. Esto incluye los momentos de conducir el tractor, alimentar a los animales, o manejar por un camino polvoriento en el campo.
Como obispo de una diócesis muy rural, yo aprecio profundamente la vocación de la agricultura. Rezo por todos los que trabajan bajo el sol caliente en las granjas y ranchos del Oeste de Texas. Cuando ofrezco la Eucaristía, los recuerdo a ustedes y a su trabajo, y los alzo en oración a Dios.