El mes de julio traerá cambios de asignación para unos veinte de nuestros sacerdotes en la Diócesis de San Ángelo. Esto presenta una oportunidad para reflexionar sobre la transición de los sacerdotes. Cuando un sacerdote se mueve, esto impacta a la parroquia que deja, a la parroquia en la cual va a entrar, y al sacerdote mismo.
De varias maneras, una comunidad parroquial es como un sistema familiar. Cada miembro se encaja en la comunidad de una manera determinada. Hay un cierto cambio de las relaciones cuando un nuevo miembro entra en la comunidad. Especialmente cuando hay un nuevo líder, el sistema tiene que ajustarse.
Cuando la comunidad pierde un miembro, hay un proceso natural de duelo. Se necesita tiempo para lamentar la partida de un miembro importante del sistema familiar. Si su sacerdote está dejando su parroquia, yo le sugiero que usted tome el tiempo para expresarle su agradecimiento por lo que él ha significado para usted personalmente, y para dar gracias por las cosas buenas que ha hecho para la comunidad. Él ha plantado semillas que darán buenos frutos por generaciones.
Los sacerdotes vienen en todos los tamaños, formas, colores y perspectivas. Cada sacerdote que viene a una parroquia trae su propio conjunto único de dones y talentos. No es exactamente lo mismo que su predecesor. Por lo tanto, no debemos esperar que dirija la parroquia exactamente de la misma manera. Cada sacerdote construye sobre el fundamento de sus predecesores y ayuda a la parroquia a crecer en nuevas formas.
Cuando un sacerdote nuevo llega a su parroquia, denle una oportunidad. Conózcanlo. Sopórtenlo. Oren por él. Estén abiertos a los talentos, conocimientos, y experiencia que él trae. Permitan que sea él mismo, en lugar de constantemente compararlo con su predecesor. Ayúdenle a aprender los nombres y a familiarizarse con los diversos ministerios de la parroquia. Si ustedes tienen alguna preocupación, compártanla directamente con él. Denle la oportunidad de permitir que sus palabras y acciones hablen por sí mismas. Estén abiertos a las muchas maneras en que Dios lo va a utilizar en esta, la siguiente fase de la vida de la parroquia.
Él bautizará a sus hijos, absolverá sus pecados, los visitará cuando estén enfermos, los consolará cuando ustedes estén sufriendo, y se regocijará con ustedes en momentos de celebración. Él les enseñará, entrenará, y los animará. Él tratará de merecer su respeto al servirles con honor.
Recuerden que una parroquia prospera cuando el sacerdote y los feligreses trabajan juntos en una colaboración constructiva, siendo pacientes unos con otros, escuchando a los demás, y hablando con respeto. Todos los miembros de la parroquia son llamados a contribuir de manera activa para construir la vida de la Iglesia. Todos tenemos dones y talentos para compartir como buenos administradores de la gracia múltiple de Dios.
Esta es una buena oportunidad para revisar lo que nuestra Iglesia enseña sobre el papel de un sacerdote. Un sacerdote Católico es ordenado para servir al pueblo de Dios por medio de predicar la palabra de Dios, explicar las enseñanzas de nuestra fe, celebrar los sacramentos. y ejercer el liderazgo pastoral al apacentar la comunidad que le ha sido encomendada.
En el ministerio de un sacerdote ordenado, él actúa “en la persona de Cristo.” Esto significa que el sacerdote posee la autoridad para actuar en el poder y el lugar de Cristo en los sacramentos de la Iglesia. A través del ministerio eclesial del sacerdote, Cristo mismo está presente de manera activa a su pueblo como el maestro de la verdad, el sumo sacerdote del sacrificio redentor, y el pastor de su rebaño. Esto es una responsabilidad formidable.
Debido a la santidad de aquel a quien él representa, cada vez que las palabras de un sacerdote faltan la caridad, o su comportamiento es egoísta, o sus acciones son negligentes, o que se aprovecha de su posición para su propio beneficio personal, duele más.
Debido a la santidad de su ministerio, el sacerdote está llamado a crecer en la santidad personal, llevando a cabo sus funciones con generosidad y entusiasmo.
El sacerdote no es sólo un burócrata de nivel medio o un director general. Es un padre espiritual, un “médico de las almas,” aplicando los recursos espirituales de la Iglesia de Cristo para traer sanación y esperanza, y para ayudar a la gente llegar al Cielo.
El sacerdote no es Dios. A veces los niños pequeños se confunden acerca de esto. Ven el sacerdote que preside al altar en la Misa, donde el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Luego, después de la Misa, al saludar al sacerdote a la puerta de la iglesia, algunos niños le dicen: “Hola Jesús.” Es lindo, pero no es exacto.
El sacerdote es un ser humano. Él es un pastor, no un mesías. Él no es perfecto. Él comete errores. Él peca y tiene que ir a la Confesión. Él trata de crecer en santidad a través de su ministerio.
El sacerdote no es un robot. Él tiene sentimientos. Su corazón se puede romper. Él llora y sufre sus pérdidas. A veces resulta herido, cansado, o desanimado. A veces no puede cumplir con las expectativas de las personas.
En su quebrantamiento humano, el sacerdote se convierte en un “sanador herido.” Debido a que ha sufrido, él puede relacionarse con otras personas en su sufrimiento y ayudarles a seguir adelante. Cuando él une sus propias dificultades a la Cruz de Cristo, esto ayuda a que se convierta en un instrumento más compasivo del amor de Cristo.
Un sacerdote tiene esperanzas y sueños. Él tiene alegrías y amigos, aficiones y pasatiempos. Un sacerdote tiene una familia. Hay momentos en que los extraña, y él necesita tener la oportunidad de verlos de vez en cuando.
Un sacerdote proviene de una cultura, una generación, y un fondo particular, y todo eso contribuye a formar la persona maravillosa que es. Pero la Iglesia a menudo le llama a ir más allá de sus raíces personales, para amar y servir donde sea necesario. Esto significa que un sacerdote a veces tiene que aprender idiomas y costumbres que lo hacen extenderse más allá de su zona de confort natural. Él busca florecer donde ha sido plantado, con el fin de dar buenos frutos para el Reino de Dios.
En este momento de cambios de asignación de verano, alcemos a todos nuestros sacerdotes en oración, pidiéndole al Señor que los guíe, los sostenga, y los acerque cada vez más a su corazón amoroso.