por Obispo Michael J. Sis
19 de enero, 2016
Estamos en un Año Santo de Jubileo. Cada vez que ocurre un Jubileo, es una gran oportunidad para renovar nuestro entendimiento de la doctrina católica sobre las indulgencias.
Las indulgencias son a menudo mal entendidas. No son algún tipo de descuento para llegar al Cielo, y tampoco son un ritual mecánico que confiere automáticamente perdón. Las indulgencias nos inspiran a vivir vidas más fructíferas y santas, y así mismo nos llevan a una unión más íntima con Dios.
La mayor indulgencia de todo es Jesucristo, que fue crucificado por nuestros pecados. Aceptamos su perdón cuando hacemos una Confesión sacramental, y luego tenemos que seguir el camino de la purificación por medio de hacer cambios en nuestra acción. La indulgencia debe ser vista como parte de un proceso por vida de conversión continua y rehabilitación en curso de nuestro corazón humano.
A través del Sacramento del Bautismo, recibimos el perdón por nuestros pecados, y todo tipo de castigo es remitido, o cancelado. A través del Sacramento de la Penitencia (Confesión), los pecados son perdonados, y la pena eterna que es debido por el pecado es quitado, pero permanecen consecuencias, las cuales han de ser soportadas por quienes los han cometido. Estas consecuencias negativas del pecado son tradicionalmente llamadas pena temporal por los pecados.
Nuestro pecado deja marcas en el alma las cuales no desaparecen automáticamente con la Confesión. Tenemos que ser limpiados progresivamente de estos "residuos" del pecado. Eso es lo que se trata con una indulgencia. Es una medicina curativa para las heridas espirituales que resultan de nuestro pecado.
Inevitablemente, todo pecado provoca sufrimiento a quien lo ha cometido. Todo pecado crea desorden dentro de nuestra alma humana. El pecado también perturba nuestras relaciones con Dios y los demás. Incluso, después de haber recibido el perdón, todavía tenemos que pasar por un proceso de purificación y restaurar esas relaciones quebradas. Este proceso de purificación puede llevarse a cabo ya sea en esta vida o en el Purgatorio. Cualquier parte del proceso que permanece pendiente al tiempo de la muerte de nuestro cuerpo debe ser completado en el Purgatorio, antes de entrar en la presencia plena de Dios en el Cielo.
Por la gracia de Dios, una indulgencia produce la purificación necesaria sin el sufrimiento que normalmente lo acompañaría. Por el don de la gracia de Jesucristo y las oraciones de los santos, el aspecto doloroso de la pena se mitiga o se cancela por medio de fomentar su aspecto medicinal a través de otros canales de la gracia. (San Juan Pablo II, Audiencia General, 29 de septiembre, 1999)
La indulgencia es la remisión de la pena temporal que se debe por el pecado cuya culpabilidad ya ha sido perdonado. A través de una indulgencia, Dios concede que, a través de la oración de la Iglesia, la pena temporal por los pecados se reduce o se elimina. La indulgencia es parcial o plenaria, según si se elimina una parte o la totalidad de la pena temporal debida por los pecados.
De acuerdo con la enseñanza de la Iglesia, las cuatro condiciones normales para recibir la indulgencia plenaria son los siguientes: (1) verdaderamente arrepentirnos de nuestros pecados con la exclusión de todo afecto a cualquier pecado; (2) Confesión sacramental; (3) la recepción de la Eucaristía; y (4) la oración por las intenciones del Papa. Un miembro de la Iglesia que ha cumplido esas condiciones puede adquirir una indulgencia plenaria mediante la realización de cualquiera de las diversas acciones particulares que la Iglesia ha designado para la indulgencia plenaria.
La indulgencia se puede obtener para uno mismo o para alguien que ha fallecido, pero no se puede aplicar a otras personas que viven en la tierra. Para poder obtener una indulgencia, uno debe estar en estado de gracia por lo menos al final de las obras prescritas.
Una indulgencia plenaria puede adquirirse varias veces durante el año, pero no más de una vez en el transcurso de un día. Una sola Confesión sacramental es suficiente para ganar varias indulgencias plenarias. Con una sola Comunión Eucarística y una oración por las intenciones del Papa sólo se gana una indulgencia plenaria.
Es apropiado, pero no necesario, que la recepción de la Comunión y la oración por las intenciones del Papa se lleven a cabo en el mismo día de la acción indulgenciada. Es suficiente que la Confesión sacramental, la recepción de la Comunión, y la oración por las intenciones del Papa se lleven a cabo dentro de varios días antes o después de la acción indulgenciada.
Si una persona realiza una acción que se ha dado en la Confesión como una penitencia sacramental, y que también es una acción indulgenciada, se puede, al mismo tiempo, tanto satisfacer la penitencia como también ganar la indulgencia.
En Misericordiae Vultus, 22, el Papa Francisco explica las indulgencias maravillosamente. Él dice: “el perdón de Dios no conoce límites... Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo…No obstante el perdón, llevamos en nuestra vida las contradicciones que son consecuencia de nuestros pecados. En el sacramento de la Reconciliación Dios perdona los pecados, que realmente quedan cancelados; y sin embargo, la huella negativa que los pecados dejan en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece... la misericordia de Dios... se transforma en indulgencia del Padre que a través de la Esposa de Cristo, su Iglesia, alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado.”
¿Cómo se relacionan las indulgencias a un Año Jubilar? Hay un montón de indulgencias plenarias y parciales las cuales se pueden ganar en cualquier año, sea un Jubileo o no. Sin embargo, en cada Año Jubilar, el Papa declara acciones particulares las cuales pueden transmitir una indulgencia plenaria, cuando se llevan a cabo junto con las cuatro condiciones normales antes mencionadas.
En una carta que escribió el 1 de septiembre de 2015, el Papa Francisco dijo que la indulgencia jubilar puede ser recibida en este Año Jubilar de la Misericordia en una variedad de maneras. La forma más común es hacer una peregrinación a una de las Puertas Santas como una señal de un fuerte deseo de conversión interior.
En la Diócesis de San Ángelo, yo he designado cuatro Puertas Santas del Jubileo. Son en la Catedral del Sagrado Corazón en San Ángelo, el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en Midland, la Parroquia de Santa María en Odessa, y la Capilla de Adoración Eucarística en la Parroquia del Sagrado Corazón en Abilene. La designación de estas cuatro Puertas Santas y la habilidad de recibir la indulgencia plenaria en sus locales terminarán el 20 de noviembre de 2016, a la conclusión del Año Jubilar de la Misericordia.
El Papa Francisco dijo que es importante que nuestras visitas a la Puerta Santa se vinculen al Sacramento de la Reconciliación y de la celebración de la Santa Eucaristía con una reflexión sobre la misericordia. También es necesario orar por las intenciones del Papa rezando la Profesión de Fe.
Otra forma en que la indulgencia puede ser obtenida en el Año de la Misericordia es en el caso de los ancianos y los que no pueden salir de sus casas. Ellos podrán obtener la indulgencia jubilar al vivir su enfermedad y el sufrimiento con fe y esperanza gozosa, o por medio de recibir la Comunión, o por medio de asistir a Misa en cualquier lugar, incluso a través de la televisión u otros medios de comunicación.
El Santo Padre también dice que el encarcelado puede recibir la indulgencia jubilar ya sea visitando la capilla de su prisión o dirigiendo sus pensamientos y oraciones a Dios Padre cuando cruza el umbral de su celda, el cual es simbólico de pasar por una Puerta Santa.
En la misma carta del 1 de septiembre, el Papa Francisco continúa diciendo que cada vez que un miembro de la Iglesia lleva a cabo personalmente una o más de las obras corporales y espirituales de misericordia en este Año Jubilar de la Misericordia, él o ella seguramente obtendrá la indulgencia jubilar.
En recibir las indulgencias, no debemos tener la idea de que las hayamos merecido. Las acciones que tomamos son una expresión de nuestra disponibilidad para recibir el don inmerecido de la gracia de Dios. El poder de la gracia de Dios es infinitamente más grande que todos nuestros esfuerzos. El propósito de la enseñanza sobre la indulgencia jubilar es el de permitir que nuestra celebración del Año Santo sea un momento poderoso de encuentro personal con la infinita misericordia de Dios.